15 de juny del 2018

El libro de los finales de lengua en lengua

Lector carísimo, habría empezado Víctor Català de haber sido ella la que emprendiese una carta en castellano: en su momento Joan-Lluís Lluís nos convenció de publicar un libro excepcional, Lo libre dels grands jorns de Joan Bodon, traducido por él bajo el título El llibre dels finals. Cito palabras de su prólogo, “Escriure en una llengua assessinada”:

“Cal molta abnegació, molta tossuderia o molt narcisisme per voler ser l’últim mohicà… i més encara l’últim mohicà d’una llengua que va ser esplendorosa llengua de cort i de literatura, capdavantera a Europa, i que, després d’alguns segles de presència francesa, ha esdevingut el paradigma del patuès. Patuès, una paraula que els diccionaris francesos de l’inici del segle XX definien així: llengua que no disposa de literatura…”

La fiesta que hicimos para celebrar este renacimiento en forma de traducción tuvo lugar tres años atrás exactamente, cuando florecía el cactus solerassus en el jardín de la editorial; una floración espectacular y breve, que dura un solo día. Entre el público estaba Edgardo Dobry, poeta y crítico literario argentino, versado en trovadores no menos que en literatura yídish o en poesía guaraní. Se enamoró de Bodon. Se enamoró tanto que le pasó lo mismo que a Joan-Lluís Lluís: quiso traducir su libro, lo cual viene a ser una forma de escribirlo.


Ha vuelto a florecer el cactus en el momento justo en que su Libro de los finales llega a las librerías, con un posfacio que dice:

“Cuando Bodon escribe Lo libre dels Grands Jorns, "la eternidad", como se titula la primera parte de la novela, era una luz negra en la que solo brillaban el final (los finales) y la nada que sucede inmediatamente a los “grandes días”, los grands jorns del título original. Era el espíritu de los tiempos, y más para un escritor como Bodon, inmerso en el ámbito francés, aunque escribiera en otra lengua y aunque hiciera, en su vida, el camino inverso al de Camus: de Francia a Argelia; el "hombre absurdo" encarnado. También los grandes días son absurdos, en la (gran) parte irónica de esa grandeza, en la rememoración de un pasado lleno de poesía y de guerra que, en todo caso, apenas nos redime. ¿No vuelve a ser hoy, de un modo cada vez más incipiente, aquel espíritu de los tiempos también el nuestro? ¿O será que en los breves grandes libros, como El extranjero y El libro de los finales, hay un precipitado de eternidad —es decir, de lo permanentemente actual—de todo tiempo y lugar?”

Otro escritor argentino, Patricio Pron, ha reaccionado inmediatamente a la lectura de ese breve gran libro. Dice su reseña:

“Sus editores sostienen que "de no haber escrito en occitano sería sin duda uno de los referentes franceses más importantes del siglo XX". La exageración es inherente a la promoción editorial; y sin embargo, es difícil no darles la razón a los responsables de Club Editor tras la lectura de esta novela absolutamente magistral, hipnótica, de una prosa lírica y simultáneamente dura, estocástica en su ritmo, eficacísima en su pretensión de narrar una historia que es tanto la de una desaparición personal como la del final de una lengua, de un proyecto político (el comunismo) que deviene guiñol sangriento tras la Guerra Civil Española, de una relación específica de las palabras con el mundo.”

En una carta eléctrica dejamos dicho que rescatar en una lengua reprimida una obra maestra escrita en una lengua moribunda tenía su punto absurdo. Pues no: la obra ha renacido en una versión magistral que llegará a Buenos Aires. Ahora es otro público, mucho más ancho, quien puede hacerla florecer. Ese público al que nos dirigimos en castellano tal como lo hizo Víctor Català en su libro Retablo, previsto para 1938 y publicado en 1944. Decía su prólogo “en función de apostilla”:

“El atasco que ha sufrido la publicación de este libro reclama una explicación de nuestra parte; pero como las circunstancias no nos permiten hilvanarla con la claridad y la extensión que hubiera sido de nuestro gusto, hemos acordado —según decía cierto personaje, aunque el acuerdo era únicamente entre él y su capote— dejar esta explicación para más adelante.”

Más adelante, siempre más adelante: como los Grandes Días, que vuelven eternamente.